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Dorado

El océano dorado me acompaña inunda mi retina y llega a mi mente. Dorado, el sol como un rey se asoma. Dorado como tu alma, como el brillo de tus ojos mirando al cielo. En este atardecer que baña todo con el oro tus ojos se convierten en faros de mi corazón, y tu sonrisa como barrotes dorados  que encierran tu dulce voz para que no escape, para que no embruje el universo como lo has hecho con mi alma. Déjame ser como el dorado, brillante, esplendoroso, imponente. Como las luciérnagas que en medio del ocaso  nos escriben algo a lo lejos, algo que, quizás, no sea un adiós. 
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Detrás de los espejos rotos, detrás de ellos escucho tu voz. Esa melodía que me guía entre fragmentos, que me lleva a través de episodios muertos, de momentos que son imágenes del pasado. Recuerdos deformados por el lente de los años que no dejan lugar al sentido común.

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Yo seré uno más, una sombra en medio de la noche, una nube que oculta al sol por un instante, un fantasma que se desvanece en la mañana. Yo seré uno más de aquellos enredados en tu pelo, de esos que disfrutaron de tu piel y de tu aliento, de los que saborearon tu sudor y tus viernes, de los que se deleitaron reflejados en tus ojos y terminaron perdidos simplemente en tus recuerdos.

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Cómo me encanta tu cabello sobre la almohada, como un río oscuro donde deseo que naufraguen mis dedos. Cómo me encanta tu sonrisa y esa mirada que me vuelve loco Y que desata las pasiones en medio de esta noche primaveral.

Mi bella ciudad confederada

A esta, mi tierra del alma en la que crecí y en la que marcadas están mis huellas y en la que los recuerdos de risas y de noches van grabados. A esta, que le debo el primer aire que respiré y que tiene ese aroma a frutas y a ilusiones. Esta, mi tierra de verdes campos donde un tambor resuena entre montañas, una gema incrustada entre el Valle, bañada por las vigorosas aguas del Cauca... Mi ciudad que también carga una cruz. Mi bella ciudad confederada, déjame suspirar por ti en la distancia que a donde voy tu recuerdo me acompaña, que tu embrujo me envuelve y me hechiza para volver una vez más.

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He arrojado una moneda, al final lo he dejado a la suerte. He permitido que la fortuna hable y que el caos me domine. Que la decisión que surja venga tan sorpresiva como la primera vez que te vi.

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Cuando los hombres ciegos nos guían y los textos escritos rigen nuestra existencia, cuando las ideas nos separan y las respuestas nos limitan. Cuando el mundo no era lo que pensabas y la libertad solo es una palabra bonita escrita en la esquina de un sucio billete.

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No le digas a nadie que cuando las luces se marchan nos convertimos en duendes, en seres de la noche de cuerpos grisáseos que saltan entre las estrellas y aparecen tras la niebla. Que ríen en la oscuridad. No le digas a nadie que antes de que salga el sol nuestra crisálida se abre, y aparecemos renovados tras la noche, y nuevamente tenemos este cuerpo mortal al que afectan los segundos y esperamos la noche para metamorfosearnos de nuevo.